No sé a ustedes, pero cuando escucho en la radio publicidad de una gran superficie que abre en domingo para mayor servicio a sus cuentas de resultado me congratulo de vivir en uno de esos territorios que aparecen con voz un tanto queda al final diciendo (”todos los establecimientos salvo los de Euskadi y Navarra...”). Y no es por estar en contra de los grandes comercios, o no necesariamente por ello, sino por estar a favor de que algunos días las podamos dedicar a otra cosa. Por el contrario me inquieta cómo se acoge con alegría la extensión de horarios de los comercios, la apertura en festivos y demás. ¡Así podemos ir a comprar a las nueve de la noche! ¿Está muy bien, cabe pensar, porque tenemos un trabajo de mierda que nos impide ir a hacer unas compras necesarias a una hora normal? ¿Está tan bien para la gente que tiene que acomodarse a unas jornadas de trabajo extremas para dar cuenta de estas ampliaciones? Desde hace años, cuando las derechas comenzaron a ampliar indiscriminadamente horarios de apertura del comercio, a liberalizar los festivos y demás, la excusa era dar mejor servicio al consumidor. No es cierto: solo para grandes negocios resultan interesantes estas jornadas que por otro lado precarizan el trabajo sin apenas consecuencias benéficas para los trabajadores. Por no hablar de cómo se lo ponen al comercio pequeño, salvo que uno adopte el tipo de comercio chino para estar abierto todo el día a costa de tu vida y la de tu familia.
Reivindiquemos disponer de tiempo para hacer la compra en los horarios comerciales habituales, que nos quede el tiempo libre para la cultura y el ocio más allá del centro comercial. Esto sí, algunos servicios deberemos tener jornadas de trabajo en esos periodos de ocio, pero todo es cosa de buscar un equilibrio adecuadamente reconocido y remunerado.