La mayoría de las niñas nacen con vulva así como la mayoría de los niños nacen con pene. Esto simplifica bastante las clasificaciones y la vida en general. A quienes nacen y a quienes ya habíamos nacido. Pero las clasificaciones son modelos teóricos que parten de situaciones históricas, políticas e ideológicas concretas y al ser solo eso, por más que se presenten como explicaciones totalizadoras no pueden aspirar a contener toda la realidad. Por eso, el cartel que vemos estos días en las marquesinas aporta una columna más que añadir a nuestro excel mental: hay niñas con pene y niños con vulva.
A mí el cartel me gusta: es claro, directo y su diseño es perfectamente coherente con la sencillez y desafectación de su mensaje y con la naturalidad propia de las criaturas que lo afirman ante el primer estupor de quienes lo reciben.
No sabíamos que esto podía pasar. Que pasaba desde que el mundo es mundo. Tampoco sabíamos que las leyes de Newton se cumplen en una escala de la realidad pero no en otras, ni conocíamos la dificultad de conciliar la mecánica cuántica con la teoría de la relatividad, pero mantenemos una inquebrantable confianza en que la ciencia desvelará el minucioso anclaje de todo cuanto ahora parece desconectado o problemático.
Ante la transexualidad, la ciencia aporta datos, explicaciones, pautas, la información está a un clic de quien quiera encontrarla. Conociendo podremos entender a estos niños y niñas y seguramente también nos entenderemos mejor como el complejo resultado de múltiples factores que interactúan.
Pero ante estos críos y crías, ante sus familias, y en último término ante cualquier persona, solo la afirmación del derecho a ser, de la legitimidad de desarrollarse plenamente en igualdad se sea como se sea es la forma correcta de mirar y relacionarse.