El mundo del futuro
Bienvenidos al futuro. Ahora sí, es decir, dentro de un rato. Aunque es cierto, y los estudios en este sentido se han puesto de moda en los últimos tiempos, que seguimos viviendo en el mejor momento de la historia, con menos muertes, más riqueza y hasta más bondad, no dejamos de sentir que lo que viene ya es la cuesta abajo. Que habíamos estado subiendo como en el comienzo del viaje de la montaña rusa, elevándonos sobre todo lo que nos precedía, ciertamente poco a poco cada vez más lentamente. Pero ahora parece que estamos arriba y solo cabe agarrarse fuerte porque la caída va a ser vertiginosa. Si el símil fuera válido, por más que nos den unos cuantos vuelcos y acabemos lívidos y a punto de vomitar, y con lo que habíamos dejado en el bolsillo perdido porque salió disparado en uno de esos tamparantanes, sabríamos que al final llegaríamos a ese remanso de paz donde podemos desencajar la mandíbula, soltar el agarre y renqueando salir con cierta cara de felicidad. Pero el futuro no ha funcionado así. Nunca, de hecho: resulta impredecible. Y nadie ha dicho que no podamos seguir subiendo un poco más... o descubrir la manera de no descalabrarnos aún como civilización.
Estos días me aferro a eso, a que por lo general los malos augurios se demuestran a la larga exagerados, para pensar que no es tan horrible lo del POTUS (léase en castellano como “Presidente de los Estados Unidos”) ese; o los síntomas de acoso a las libertades de expresión y el franquismo rampante de nuestras costas; o el robo a mano armada de las empresas de energía y demás, con tanta puerta giratoria. Y así. Pero imagino que al final del imperio romano más de un columnista (o su equivalente) quiso pensar que todo no se hundiría por la fuerza de la ignorancia y del odio. Y un día le dieron la bienvenida al futuro. Y puerta.