dejemos de lado el que los mismos que nos llevaron al desastre sigan gobernando, más o menos, pocos cambios en lo general y las mismas dependencias (esas que permiten decir que cuando se va mal es por el escenario global y que cuando se mejora es por las bondades de lo local, o al revés si uno está en la oposición en el turno adecuado). Pero paseo estos meses por la llanura de Lezkairu, o por otras zonas emergentes, y la encuentro plagada de nuevo de grúas y cuadrillas de obreros, con carteles que anuncian los últimos pisos en venta, todo lujo y grandilocuencia... Lo inmobiliario vuelve a florecer y no es cosa de la primavera. Cierto que esos pisos se ofrecen a un precio descomunal, nada de ganga, recordando a lo que valían hace un decenio cuando la burbuja y todo aquello que nos mandó a la mierda. Los bancos, claro, ya no te prestan dinero sin más, sino con unas condiciones leoninas (habrá que esperar a los jueces del próximo decenio para tirar algunas de las cláusulas que serán, lo son ya, abusivas, aunque nadie diga nada) y solamente a los que pueden avalar todo lo que sea. Ni siquiera el dinero sale barato porque el cliente lo paga todo. Un cambio: los trabajadores de la construcción ya no cobran mucho, de hecho una porquería, en condiciones penosas y sin apenas derechos laborales. Esto sí ha cambiado gracias a las reglamentaciones que lo han permitido y propiciado. El precio del suelo no es más barato, se sigue primando la tontería de ser un sitio pijo (por ejemplo, la calle de Lezkairu que es de Mutilva es más de 30.000 euros más barata por piso que la que es de Pamplona). Echen cuentas. ¿Hemos aprendido algo? Quizá, sigan comprando, que la burbuja que ahora se prepara todavía tardará tiempo en estallar. Paseo por estas zonas que parecen mostrar que la crisis acabó y siento que lo peor está por llegar.
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