Relevo en la consejería de Educación del Ejecutivo de Barkos. Primer cambio en el Gobierno del cambio. Poco antes del paso del ecuador de la Legislatura y en vísperas de un periodo vacacional que diluye la atención. Sale José Luis Mendoza, un técnico de sólidas convicciones políticas. Entra María Solana, una política en progresión sin experiencia en el sector. Ambos, en la agenda de leales a Uxue. De su sanedrín político. Mendoza habla según le dicta la cabeza -cual militante en tertulia política-, Solana habla según dicta la conveniencia institucional -cual periodista en pupitre oficial-. Relevo por dimisión. Más digno que cese. Pactada con Barkos: “meditada y acordada”, no tomada “a la ligera”, “compartida y meditada en el tiempo”. Dimisión por “desgaste”, por “cansancio”. Estas razones no encajan con el bizarro personaje. Una escenificación guionizada, con incienso en la despedida. En metáfora taurina, Mendoza no supo formar cuadrilla, manejó con desorden la lidia, se envalentonó en algunos desplantes iniciales, cometió infracciones al reglamento, e interpretó con vacilaciones y errores los tercios: comunicación, negociación y decisión. Se puso mucho público en contra. A María Solana le toca templar y conciliar. Como candidata y como presidenta, Barkos ha reiterado voluntad y compromiso de un cambio “capaz, sensato, sereno, profundo, integrador y con vocación de permanencia”. Cambio “desde el acuerdo de diferentes”, en referencia a los partidos y coaliciones integrados en el cuatripartito. Educación es un departamento sensible y complejo, con extensa afectación social, profusión de intereses laborales, sindicales y empresariales, susceptibilidad ideológica y fecundo en maniobras de oposición. Resistencias internas y externas a la implantación progresiva del cambio programático. Un cambio “profundo” con prevalencia de lo público tiene difícil armonización con un cambio “sereno”. Tierra de diversidad y trincheras.