Tradiciones rima con...
un año más a vueltas con las tradiciones. Es la excusa perfecta para colarnos ideología y creencia como parte del contrato social. De poco sirvió que la modernidad denunciara a la tradición como ese corsé que en el fondo y la forma impide la crítica o el cambio. La tradición vuelve, arropada siempre en aquellos que niegan que sea posible el cambio o la revolución. La tradición es, per se, conservadora. Y punto. Claro, querido lector, a mi también me merecen respeto ciertas tradiciones, y me declaro parte de ellas incluso, gustoso seguidor y transmisor de ese cariño a señas de identidad y etcétera. Porque no hay una tradición neutra que pueda asumirse por las instituciones del Estado sin que haya sojuzgamiento a una ideología, una creencia, siquiera un paradigma imperante (pasa hasta en la ciencia) o ahora el zeitgeist marcado por el mundo informado y comunicado de las redes sociales. Esto quiere decir que no hay otra que recortar ciertas tradiciones o limitarlas en aras de la idea de sociedad que queremos. Cantar el himno de la legión ante menores enfermos, obligar a la ciudadanía a perpetuar y costear absurdos como lo de las Tres Llagas, imaginaria y falsa cura de una enfermedad hace medio milenio, o rendir honores militares a figuritas de mucha tradición (a ciertas, de ciertos sitios) son así tradiciones, pero no se caerá el mundo por olvidarlas. Ya no se mandan cristianos a los leones, tampoco se tiran cabras de las torres de las iglesias y lógicamente tampoco se matarán toros dentro de poco. Igualmente tampoco tendremos que ver a nuestros representantes públicos bajar la cabeza ante las procesiones y menos dirigirlas o promoverlas menos aún. ¿Por qué? Por huir de esas tradiciones que riman con imposición y dogma, de un contrato social que nosotros no hemos firmado ni tenemos por qué mantenerlo.