El otro día estaban las tres desgranando guisantes en la huerta -nueve, diez y doce años- tan majicas, mientras escuchaban música aprovechando el rato de sol antes de la comida. Sonaba Despacito y se la sabían. Mi visita a la página oficial es una más entre mil quinientos millones de visitas. Este es el mundo en que vivimos. El vídeo es de una explicitud sexual aparentemente festiva y luminosa si así se puede calificar la imagen que pone acción y movimiento a una letra que dice déjame sobrepasar tus zonas de peligro hasta provocar tus gritos y que olvides tu apellido. Sobrepasar, peligro y gritos no son precisamente palabras tranquilizadoras en una canción que habla de atracción y sexo. ¿Qué se imagina usted tras el deseo de que la destinataria del mensaje olvide su apellido? Sin ser un ejemplo de elaboración, la letra es más que eficaz haciendo sugerencias y es que esa belleza es un rompecabezas pero pa montarlo ya tengo la pieza. ¿Han pensado los autores del producto que mientras los actores, niños, jóvenes y hombres de todas las edades vestidos de forma convencional proponen, jalean o contemplan, las actrices, jóvenes todas, efectúan movimientos oferentes encantadas con el efecto que producen a juzgar por las miradas de los paisanos? Tan problemática es una respuesta afirmativa como una negativa. Despacito, convertido en un tema para todos los públicos, se escuchará hasta la extenuación. Aunque es zafio y machista, no es el producto que corona el ranking y entra con comodidad en la zona de tolerancia. Y allá estaban las tres, tan majicas, escuchando y pensado que su tía hacía unas preguntas raras sobre la canción. No es que otras canciones de hace una, tres o cinco décadas fueran mejores, ni nadie dice que las canciones tengan que ser educativas. Pero educan.
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