volver. Siempre se vuelve de algún lugar y con algo para retomar lo interrumpido. Del tapiz del verano cuelgan unos cuantos hilos de diferente naturaleza y relevancia. Hay una hebra común, la de los atentados de Catalunya. En ella se me enroscó la afirmación de un experto. Ya la había escuchado antes, pero a escasas horas de la noticia adquirió otra textura: esta es una violencia que las sociedades occidentales podemos asumir. Es una frase para contemplar, para rodearla antes de analizarla, hacerle un hueco, dejar que lo ocupe, calibrar su peso, formularla del revés y luego, plantearse: en este contexto ¿qué significa asumir?, ¿qué violencia sería inasumible? La frase tiene ese punto logrado entre el tono fatalista, el diagnóstico y la provocación.

Con ella en la cabeza, hablo con I, que vive en Barcelona, y me cuenta que el sábado, dos días después, decidió acercarse a La Rambla. El vendedor ambulante que llevaba todo el verano ofreciendo latas de cerveza había ampliado el negocio con la venta de velas y un número considerable de personas que se hacían selfies ante los altares espontáneos dejaba constancia de un nuevo turismo sobrevenido y/o reciclado.

Entre la vida y la muerte se traza firme la línea de la supervivencia. Por encima, la de su testimonio, aunque este tenga la inconsistencia y los morritos de una foto de verano. Gestos igualmente banales nos han dispensado quienes consideran imprescindible su comparecencia pública, desde Julio Iglesias a Paquirrín. Escuché a Bisbal, y corrí a por el boli para copiar sus palabras: “Estamos de luto, pero hay que llevar alegría para toda esa gente que está? -aquí vacila, pero se crece y resuelve- en el cielo”. Luego, se puso a cantar.

Lo cierto es que podemos asumir mucho.