Leer a Silvia Federici tiene su dificultad por cuanto su saber se nutre del precedente y lo reconoce y lo cita -para sacar todo el jugo a su obra sería preciso tenerlo en medida similar- y es ponerse a leer y hacer las numerosas paradas necesarias para entender mejor. Su aportación a la historia es un ejemplo de discernimiento y documentación. Afortunadamente, como otras grandes, tiene esa doble faceta de académica y activista que le permite usar registros diferentes para hacer su conocimiento accesible y movilizador. Herramienta, que se dice ahora. Cuando aborda la posición de las mujeres en el escenario evolutivo de la producción capitalista, dibuja un marco de comprensión global como poco urticante. Es la historia escrita desde el punto de vista de las desposeídas que comparten su condición con otros desposeídos que, curiosamente, a veces también las desposeen bajo la forma del contrato amoroso. La claridad de su punto de partida es meridiana. Para que funcione el engranaje económico hay que producir personas, abrigarlas, limpiarlas, alimentarlas convenientemente, instruirlas, darles soporte vital. Si este trabajo básico (en el sentido estructural) y mayoritariamente femenino tuviera que pagarse, no habría PIB capaz de mantenerse. Luego solo desposeyéndolo de valor de mercado y controlándolo estrictamente con todo el peso de la ley y la moral la rueda puede seguir girando. Decía urticante porque, en lo personal, hace pensar qué lugar ocupa una en todo esto, y, en lo colectivo, quiénes son nuestros aliados, quiénes no son nuestros adversarios, si lo que pensamos y hacemos crea mejores condiciones, las empeora o no pasa de coartada. Las buenas intenciones no siempre son buenas consejeras. Necesitamos personas como Silvia Federici, que evidencien las contradicciones, los falsos avances, los fracasos y también iluminen y den pistas. Brava Silvia.