Sucedió el viernes pasado a mediodía muy lejos de aquí, a casi 1.500 millones de kilómetros, una distancia tan enorme que las noticias que llegaban desde Saturno tardaban 80 minutos en viajar, y eso que lo hacían a la velocidad de la luz. Un ingenio humano grande como un microbús caía oblicuamente, aunque a más de cien mil km/h, hacia el planeta de los grandes anillos helados, despedazándose mientras intentaba mandar los últimos datos sobre la composición de esa atmósfera lejana. La sonda Cassini había estado trabajando en Saturno 13 años, después de un viaje de 7 años por el espacio para llegar allá. Llevaba un robot europeo que descendió sobre la gran luna Titán, descubriendo allí océanos de metano y un mundo sorprendente. A lo largo de las casi 300 órbitas que describió en torno a Saturno obtuvo casi medio millón de imágenes del planeta, de los anillos, de sus satélites, datos que ciertamente cabrían en un disco duro normalito pero que suponen la mayor aportación al conocimiento de esos mundos. Los números de esta misión en la que miles de personas de 27 países han trabajado durante más de tres decenios son impresionantes. La carrera entera de cientos de las más productivas mentes de nuestro planeta se ha dedicado a reescribir la ciencia planetaria y a entrever la posibilidad de que haya vida en lugares tan insólitos como Encélado, una luna cubierta por una costra de hielo en cuyo interior hay un océano líquido donde podría existir vida. Las antiguas saturnales romanas eran unas fiestas que cerraban el año. Ahora deberíamos recuperarlas y celebrar en torno a Saturno la ciencia y quienes han hecho posible esta misión histórica... No pasará: por aquí andamos más en plan circo con gladiadores y leones para ver quién sale entero y quién a trozos. Cosas del otoño que llega.