Respeto
Fiestas. Música de banda. Precio de novena. Plaza con frondoso arbolado. Profusión de bancos, además de asientos portátiles para la ocasión. Bar con terraza, a pocos metros. Una pareja sexagenaria llega antes del concierto. No parecen matrimonio por su animosa predisposición al diálogo. Él sugiere un banco, a pesar de estar en diagonal con el escenario. Ella acepta. Viven la música. Más cuanto más popular o conocida. Él acompasa con mano sobre muslo. La escucha es compatible con la conversación. Y con una cabezada del hombre, que la mujer retrata con el móvil. Avanzado el concierto, una señora se acomoda en el mismo banco tras solicitar un programa de mano disponible en silla cercana. Al momento, aúna la escucha del concierto con la revisión de vídeos en el móvil, altavoz activado. La fusión de sonidos no le impide tararear con acierto las partituras de la banda. Ni apreciar su mérito artístico a juzgar por sus entusiastas aplausos finales. También demuestra destreza en la comunicación por WhatsApp, simultánea con todo lo anterior. La actividad hostelera cercana y el desinhibido diálogo de espectadores de pie -especialmente los encantados de encontrarse por casualidad- perturban algo la concentración de los oyentes entregados. Poco, por la buena sonorización y amplificación del acto. Los conciertos al aire libre y gratuitos merecen el mismo respeto hacia los músicos que los desarrollados en salas y de pago. El esfuerzo de preparación es grande. Mayor aún en formaciones sin ánimo de lucro con instrumentistas de heterogénea instrucción y edad. Se puede tararear con discreción -como para uno mismo- y se puede cantar o dar palmadas a sugerencia del director o de forma espontánea. Tampoco supone esfuerzo excesivo la espera al final de una pieza para el trasiego de personas por las filas de sillas. Un concierto en directo no es hilo musical de fondo a conversaciones que pueden esperar. Respeto es buena educación. Y cultura.