Los datos son demoledores y los ofrecía ayer en las páginas de este periódico el director del programa Suspertu de Proyecto Hombre, entidad dedicada a tratar adicciones: “Hace 10 años atendíamos algún caso excepcional por uso abusivo del móvil; ahora son el 20%”. El 20%, 1 de cada 5. Se dice pronto. Es, sin exagerar, bastante inquietante.
Basta hacer un viaje en villavesa para darse cuenta de que el 75% de los que vamos en el autobús vamos mirando el aparato, basta pensar en el uso que hacemos cada uno de nosotros, adultos, para percatarse de que, de la misma manera que también pasamos demasiadas horas frente al portátil, pasamos demasiadas horas en la pantalla del móvil. Muchos expertos y científicos llevan años alertando de los problemas cognitivos y emocionales que puede suponer el abuso de estas pantallas, que nos muestran estímulos cada muy poco tiempo, incidiendo especialmente en las edades más tempranas, cuando todavía no está configurado el organismo ni muchos niños y niñas han establecido una red de relaciones cara a cara lo suficientemente sólida y habitual, lo que lleva a muchos a pasar muchas más horas en soledad con su móvil que con sus compañeros y compañeras.
Y eso sin entrar a valorar los contenidos a los que pueden acceder a edades claramente tempranas. En fin, que reconozco que es un tema que me preocupa y que creo que habría que abordar de una manera integral por las autoridades, puesto que la pantalla, como tal, funciona como una droga y es una droga no tan mal vista como otras y ante la que habrá que actuar con otras aproximaciones y herramientas, pero actuar. En casa, en los colegios, por supuesto, pero también desde las instituciones, estudiando la problemática e implantando cuantas ideas y programas puedan ser positivos de cara a ayudar a los niños y los jóvenes a tener una infancia y adolescencia lo más sana y completa posible.