Hoy para muchas tener un hijo es como crear una obra maestra. La frase no está pensada para provocar indiferencia. Afirmar que la maternidad es una nueva forma de esclavitud, tampoco. Ambas pertenecen a la filósofa francesa Elisabeth Badinter, autora de La mujer y la madre, un ensayo legible y documentado. Al hilo, Mónica, que no es ni filósofa ni francesa, comenta que prefiere decir “traer un hijo al mundo” que “tener un hijo”. Interesante. Como el libro, que aborda la diversidad de las experiencias, los efectos de las políticas occidentales y el análisis crítico de la actividad de algún poderoso lobby. Mientras lo leo, la prensa recoge las conclusiones de unos investigadores de la UN y Harvard: tras la maternidad, las mujeres aumentan en seis horas semanales su dedicación a tareas en el hogar y los hombres solo en una. También se informa de que el Departamento de Salud ha creado una red de centros de apoyo a la lactancia materna, pero no leo que este u otro departamento haya lanzado un programa que incluya el adjetivo paterno. Mientras proliferan las asociaciones de crianza integradas mayoritariamente por madres, la red refleja el movimiento. Si buscan malasmadres o supermadres encontrarán cumplido y pormenorizado recuento de posturas y argumentarios. El número de horas, pensamientos, desvelos y trajines por criatura ha aumentado exponencialmente desde nuestras abuelas. Por diferentes motivos, desde la creciente inseguridad del espacio público al que se confiaban críos y crías hasta el imperativo señalado por Badinter de hacer de cada retoño un ejemplo para la especie o a la necesaria reflexión sobre la actividad. Parafraseando a Cortázar en su Educación de Príncipe, las cronopias tienen cada vez menos hijos y más tarde, pero si los tienen, pierden la cabeza y ocurren cosas extraordinarias.