Un coche de la Policía de Westlake pulveriza los límites de velocidad en la interestatal 90, al oeste de Cleveland. El aullido de la sirena enloquece a los perros en un kilómetro a la redonda. Los agentes protagonizan sin pensarlo una escena de persecución como las rodadas a seis cámaras y con planos aéreos de vértigo. Pura adrenalina. Bien montada, la secuencia supera el mejor despliegue de efectos especiales. Al volante de un coche que no es suyo un conductor acelera. Quiere escapar de los delitos de darse a la fuga y de robo, pero no es fácil distanciarse del peso específico que tiene la ley en Ohio. El tipo se aburría y ha cogido el coche a su madre. Tiene 10 años.

Una joven australiana comprueba que los globos oculares pueden llegar a salirse de sus cuencas si se les da un buen motivo. Lo tienen. Han visto que en su cuenta corriente han aparecido 25 millones de dólares. Los ojos han vuelto a sus órbitas al darse cuenta de que, pues sí, se trataba de un error. El operario del National Australia Bank tecleó mal el reembolso. Cuatro ceros extra. Eran 2.500.

Casas de ladrillo de dos plantas y jardín, garajes abiertos como bocas insatisfechas, calles en calma flanqueadas por árboles y una iglesia de madera pintada de blanco. En esta villa neoyorkina que se llama como el Liverpool de los Fab Four, Tom ha decidido ingresar en un centro para que le cuiden como necesita. Nunca había salido del nido y su madre, Ada, ha querido mudarse a esa residencia para darle el beso de buenas noches y verle desayunar cada mañana. Tom tiene 80 años y Ada, 98.

Son relatos auténticos. Los he pescado esta semana porque hay números que hacen cuentas y otros que cuentan historias enteras.