Como todos los años cuando llega noviembre (quizá más ahora que de verdad parece que estamos en noviembre, o en lo que conocíamos antes como noviembre...) en esta columna nos ponemos a hablar de lo importante que son las ciencias y todo eso. Con el Club de Amigos de la Ciencia, además, y la complicidad de universidades, instituciones y un montón de gente voluntariosa y animada, llevamos adelante las semanas de la ciencia, con más actividades en las que buscamos vínculos más cercanos entre la investigación y la ciudadanía. Y todo ello sabiendo que el interés por la ciencia seguirá siendo minoritario: no ocupa grandes titulares en medios de información, no se habla de ello en la cafetería ni en el trabajo, ni la divulgación alcanza cuotas de pantalla o likes en las redes que se parezcan a los del famoseo o el fútbol (que es más o menos lo mismo, pero en pantalón corto también en invierno). Asumimos que aunque la ciencia sea importante y crucial para nuestro futuro, la gente preferirá llenar su ocio de contenidos menos sesudos. Quizá porque no lo han probado o, más probablemente, porque el sistema social funcionó mejor con ellos que con las minorías que acuden a los actos de las semanas de la ciencia.

No lo saben, pero realmente si piensan que no son de ciencias, o que esas cosas les apabullan, no las entienden, es simplemente porque poco a poco fueron consiguiendo que no se interesaran por cómo funciona el mundo, declinaran seguir leyendo más allá de lo que entraba en el examen, dejaran suspendida su curiosidad o su crítica ante el reclamo de cualquier otra cosa más sencilla, más masticada. Si es mujer, esto funcionó más eficientemente porque ya desde la tierna infancia le convencieron de que la ciencia era cosa de chicos. Bien: noviembre es el mes para cambiar estereotipos. Anímense.