Síguenos en redes sociales:

El semáforo

Como cada edición, la Carpa deja noticias y anécdotas que unas veces llegan a los medios y otras se quedan en el ámbito de las conversaciones informales. Esta vez, no sé si habrá sido la primera en instalar esta práctica, me cuentan que se podía utilizar un código de etiquetas para informar de forma clara y pública sobre la disponibilidad personal para el ligue. No es un invento local, las fiestas del semáforo tienen su recorrido. Una etiqueta roja indica que quien la lleva no está disponible, una amarilla, pues eso, que según cómo, cuándo, para qué, pues lo vemos, y la verde que la persona está disponible (¿cómo?, ¿cuándo?, ¿para qué?, ¿siempre?, ¿con cualquiera?, se preguntaba mi interlocutora). Lo primero que me viene a la cabeza es aquello de que no hay que etiquetar a las personas. Luego me río, de la ingenuidad al cinismo el tránsito es tan sencillo como esbozar una sonrisa. En este caso, las personas se etiquetan solas. Cuando resulta tan evidente la torpeza y la simplificación de algunas propuestas, hay que hacer un esfuerzo para explicar la crítica con calma, porque, seguramente, hay quien piensa que este de los colorines es un buen sistema. Querer ligar es tan legítimo como no querer hacerlo o no saber si se quiere. Poderlo manifestar es estupendo, pero el procedimiento tricolor incorpora premisas arriesgadas. La primera, que acepta el fallo de la palabra, de su complejidad y sofisticación como instrumento de comunicación, la segunda, que renuncia al acercamiento gradual, con su tarea de reconocimiento de la otra persona, de sus gestos y actitudes primando la velocidad sobre el ritmo y, la tercera, obvia la elaboración modos de aproximación y comportamientos respetuosos que incluyen la aceptación de cualquier respuesta. El semáforo suena tosco, troglodita. No me parece un avance.