Esto está terminando. Y sí que recuerda al caso de Nagore Laffage. En Sanfermines de 2008 la víctima subió a casa del asesino voluntariamente y allí se besaron. Ella paró. No. Y él siguió. No. Así que golpeó a Nagore y la mató. En Sanfermines de 2016 la chica entró al portal con La Manada voluntariamente. Ir con un hombre a su casa, a la tuya, a cualquier lugar apartado de la vista pública no implica autorizar todo lo que pueda llegar a ocurrir ahí. Obvio. ¿O no? “Ella dijo que podía con dos y con cinco”. Si fuera cierto, ¿bromear es consentir tácitamente? Si te pones gallo ante un equipo de rugby ¿estás aprobando que te partan el alma? En el portal ocurre algo. Ellos lo graban y un año después abogados y jueces tienen que soportar ver cada vídeo hasta 5 veces. Los forales que los analizaron detallan que la chica está en actitud neutra y pasiva. Sólo algún gemido ocasional. De dolor. O de placer. Y un poco sí que se mueve en una escena. Algo automático e instintivo. O participativo. Es que supo que la grababan. ¿Actuó, entonces? ¿Se hizo la pasiva? El abogado defensor de tres de los acusados quiere, debe y cobra por intentar que a sus defendidos no les caiga nada o el mínimo posible del peso de la ley. Ellos afirman que las relaciones fueron consentidas, que no hacía falta decir nada. Y el que robó el móvil a la chica, que lo hizo por avaricia. Lo tiró a un contenedor después de que les identificaron los forales porque podrían acusarle de robo. Ya basta. En el caso de Nagore se juzgó a la víctima al preguntar a su madre si su hija era ligona. En este se la está volviendo a juzgar cada día. Esto está terminando, sí, pero no ha hecho más que empezar. Y hay mareas sociales que derriban diques.