En este mundo cambiante en el que el acceso a la información se obstaculiza con mentira programada y basura comercial, la notoriedad se consigue simplemente convenciendo a muchos de que eres famoso y, por lo tanto, el discurso perdió ya la posibilidad de la reflexión sosegada, de la argumentación documentada y, en general, de lo que antes llamábamos cultura, necesitamos nuevos protocolos de actuación. No podemos decir, como esos caducos académicos, que la red es una basura, un retroceso más, que ellos no juegan a eso. Porque la oposición a las incorporaciones de la tecnología humana está condenada al fracaso, aunque solo sea por el paso del tiempo. Tampoco podemos dejar que llueva esperando a que escampe, porque esto no ha hecho sino comenzar y la interacción con la inteligencia de las máquinas se hará cada vez más intensa y constante. Cierto que en el camino algunas de las redes sociales más usadas hoy mismo desaparecerán antes de que pasen dos años y luego nadie se acordará de ellas (reconozcámoslo: la historia de nuestra relación con las máquinas es la de ir adquiriendo capacidades para usar entornos que luego desaparecerán por la marea comercial). Apuntarnos a la alternativa guay, no comercial, no dirigida, libre y colaborativa sería lo mejor: pero en las redes frikies acabas encontrando siempre la misma gente y tampoco es eso, veníamos a ampliar nuestro mundo con las tecnologías, no a hacer lo mismo que llevamos haciendo desde los 70. Así que nos queda estar en las redes, pero actuar con razonabilidad, evitar el mercadeo, no dar clics a los impresentables, pasar de los nazis y demás trolls, ignorar, ignorar e ignorar a tanto impresentable. Y mirarnos menos el ombligo, porque estamos configurando el mundo en torno a nuestro deseo de notoriedad. Lo peor de Internet somos nosotros, no lo olvidemos.
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