el mejor analista postelectoral fue el president desde su exilio belga. En efecto, España tiene un pollo de cojones. Pero no solo España. Catalunya también lo tiene. Tanto su mitad independentista, como la parte unionista, e incluso los que se sitúan fuera del terreno identitario. Es probable que el procés esté muerto. Pero si con la aplicación del 155 los constitucionalistas pretendían que entrara en razón un electorado presuntamente enloquecido, nada de eso se ha logrado. El soberanismo ha aguantado el embate en las peores condiciones y conserva su mayoría parlamentaria. Asunto diferente es que esa mayoría les vaya a servir para algo. Sorprende que todavía hay alguno que sostenga que todo sigue igual. Si en 2015 la formación del Governya fue complicada para los independentistas, en 2018, con casi uno de cada cinco parlamentarios electos suyos sin poder, en principio, recoger su acta parlamentaria, el tema adquiere tintes endiablados. Más aún cuando son sus principales líderes, el fugado Puigdemont y el encarcelado Junqueras, los que se encuentran en una situación a la que no hay plasma que ponga remedio. Ciudadanos, el partido más votado del jueves, sueña con una repetición de las elecciones dentro de unos meses, con la ilusión de, por agotamiento del resto, ver entronizada a Inés Arrimadas en el Palau de la Generalitat. Puede ser la apuesta que finalmente acabe haciendo el PP. Serán las decisiones que sobre la suerte de los líderes independentistas vayan tomando jueces y fiscales las que nos irán dando pistas, que ya Soraya nos dejó claro que aquí lo de la separación de poderes es pura filfa. La otra opción sería sentarse a negociar con un soberanismo que, aunque en voz baja, ya ha empezado a reconocer que en la piscina no había tanta agua como creían. Pero estamos hablando del PP. Y de España.