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El fin

Ejerciendo de terapeuta vocacional la frutera le aconsejaba que hablara de ella, de su mujer, que este año le había dejado. Solo en casa y viudo. Que le iba a venir bien sacarlo. El señor que estaba un metro delante de mí en la cola y unas décadas en la vida, txapela ladeada, ojos azules, gafas ligeras y anorak marino, dejaba caer en la segunda bolsa naranjas y alubias verdes mientras interpretaba la recomendación a su aire. Que sí, que él hablaba mucho con ella, todos los días en casa, pero que ella le contestaba sin palabras, “ahora se hace la muda”, y claro, él no la oía. Ternura infinita. Me entraron ganas de abrazarle al verle marcharse. Tendría que haberlo hecho. Estos días de celebraciones familiares y tarjetas de crédito humeantes te pueden empujar alternativamente al abismo de la euforia y al de la tristeza. Leía hace nada que el gobernador del estado nigeriano de Imo había nombrado a su hermana comisionada de la Felicidad y el Cumplimiento de las Parejas. No me llamó la atención el nepotismo, lo repetido anula toda sorpresa, sino la creación del negociado. ¿Acaso el fin de la vida no es ser felices?, se defendía el señor Okorocha. Para las mujeres que en la Pamplona de los 1930s y 40s se empeñaron en que los días y las noches de los presos en el fuerte de San Cristóbal se parecieran algo a la vida, el fin era reducir la miseria ajena. Su papel se recoge en el libro Tejiendo redes, el regalo navideño que ha hecho Uxue Barkos a los compañeros de los medios. Los que cuentan que el nuevo concierto económico Navarra-Estado va a dejar más millones en casa que deberían contribuir al bienestar social. A que cada persona que lee este periódico y los demás sea un poco más feliz. Urte berri on!