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¿El mejor amigo de quién?

Iba a escribir sobre perros peligrosos. Sin demasiado criterio, solo con la impresión de la última criatura atacada, un niño de tres años. ¿Qué se hace? Iba a decir que me parecería una buena medida prohibirlos. Convivimos con muchas amenazas y mucha legislación para controlarlas. Por ejemplo, el gas. Es mortífero y necesario. Por eso, la normativa obliga a empresas proveedoras, instaladoras y personas usuarias. Una disfruta de calorcito pero tiene la obligación consigo misma y sus semejantes de mantener perfecta la caldera para evitar daños. Iba a decir sin demasiado criterio que las razas de perros potencialmente peligrosos no son necesarias para la vida corriente, para pasearse, ir de visita, realizar las funciones de vigilancia y cuidado de casas y personas civilizadas, para dar calor. Existen otras potencialmente más adaptadas. Puede resultar muy chocante y un ataque a la biodiversidad, pero, ¿de verdad metería usted a una pareja de estos canes en su pequeña arca de Noé, con sus niños y sus peces de colores? Yo no. El debate versa sobre si los perros son peligrosos o devienen peligrosos por el trato recibido de los seres humanos. Hay estudios que apuntan que el carácter del propietario influye más en la conducta de la mascota que la raza, lo que convierte a cualquier mascota en un riesgo. No tengo criterio ni conocimientos sobre los índices de agresividad de los golden, dálmatas o labradores. Animal y persona forman un binomio. Cuando los perros atacan y destrozan ambos se han descontrolado porque se podían descontrolar. Tampoco conozco las razones por las que alguien elige una raza potencialmente peligrosa como animal de compañía. Es como si dijéramos que es posible mantener intacta una ampollita de cianuro entre la muela del juicio y la parte interior de la mejilla. Es posible. Pero, ¿para qué?