Anne Bert era una escritora francesa de 59 años. Padecía ELA, una enfermedad neurodegenerativa incurable. “No puedo comer ni acostarme sola, a veces no puedo ni tragar”, dijo en una entrevista el pasado septiembre. Dijo que quería morir y anunció que en breve iría a Bélgica (país en el que está legalizada la eutanasia) para que le ayudaran a suicidarse. Y lo hizo. Murió el 2 de octubre. “Quiero suscitar el debate y la toma de conciencia”, dijo. Aquí, en España, se cumplen ahora 20 años de la muerte de Ramón Sampedro y no ha cambiado nada. DMD llama a la sociedad a movilizarse por el derecho a una muerte digna y a los representantes políticos a despenalizar la eutanasia. La sociedad está preparada y esperándolo desde hace mucho. Según el último sondeo, el 84% de la población española está a favor de ello (el 90% entre los menores de treinta y cinco años). Cifras altísimas que demuestran que este es un asunto que ya ha trascendido las ideologías políticas. Los legisladores están obligados a ponerse de acuerdo en la definición y establecimiento de los límites tratando de garantizar, como mínimo, tanto el respecto a la voluntad de la persona que se encuentra en una situación terminal, como la seguridad de los profesionales que le ayudan a cumplirla. Pero, ¿qué es una situación terminal? Solo como nota al margen, añadiré que Bélgica concedió hace ya algún tiempo la eutanasia activa a un preso que llevaba años solicitándola, por dolor psíquico crónico. Otra puerta que se abre. Hay una pregunta básica que cada uno tiene que responderse a sí mismo: ¿Me considero dueño de mi propia vida? Mi respuesta personal es “Sí”. Siempre lo digo, en la Declaración de los Derechos Humanos falta uno: el derecho a morir con dignidad.