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Salud

estoy enganchada a Narcos. Hemos traspasado el umbral sagrado de Netflix y después de cenar contamos los segundos para administrarnos un par de capítulos. Así que cuando ayer en el trabajo me entró una llamada de Bogotá al móvil pensé que el ectoplasma de Pablo Escobar iba a amonestarme en su amoroso colombiano por no dar un paso más y entrar en sus filas. No me gustaría tenerlo como jefe. Lo encuentro muy en el perfil del que te alaba melifluo tus méritos para, al segundo, despellejarte vivo hayas o no cometido errores. Puritito jefe acosador.

Sospecho que no somos pocos los que hemos sufrido a alguno cuya foto podría aparecer en la portada del DSM, el manual de la Asociación de Psiquiatría Americana para el diagnóstico de trastornos mentales, porque los reúne casi todos. En Navarra dos de cada tres días aparece un nuevo empleado que padece violencia en su trabajo, es una traducción de los 211 casos registrados por el Servicio de Salud Laboral en 2017. El dato no es tan importante por su valor estadístico como por lo que esconde. Que Javier emerja cada mañana de una ciénaga de pesadillas, note una tensión creciente en sienes y mandíbula conforme se prepara el café y una presión sorda en el pecho al entrar a la oficina, cada día, es serio. Que Ainhoa tenga que encerrarse en el baño con el informe para su jefe porque está hiperventilando y no consigue que le bajen las pulsaciones, es un verdadero problema de salud. Laboral, porque su causa radica en su trabajo y su agravamiento es producto del mismo. Leo que “2 de cada 10 denuncias por acoso o violencia terminan con el trabajador despedido” en Navarra. Y pienso que algunos trabajan sin red. Que el sistema de detección, evaluación y corrección de riesgos laborales no está funcionando bien. Porque estos problemas son tanto o más graves que partirse una pierna cayéndose de un andamio.