H ace un año las filtraciones de papeles panameños y de otros bufetes de ricachos mostraron que muchos de los más conocidos y famosos del mundo se dedican a eludir impuestos y manosear sus ganancias en paraísos fiscales. Con toda impunidad, por supuesto, que lo que acaba resultando ilegal es publicar sus nombres o exigir investigaciones. Pasó por aquí y por allá, que la crisis de los últimos diez años ha mostrado cómo el sistema se basaba (y no hay nada que permita pensar que esto haya cesado) en crear capas de especulación consiguiendo en cada movimiento extraer un porcentaje creciente de dinero de cada particular y de los estados que, solícitos, fueron acudiendo a cubrir los dispendios de esa élite.

Este año las acusaciones finalmente directas y contundentes, en primera persona, han permitido ver que muchos rostros conocidos y famosos son en esencia personas que acosan y maltratan a mujeres. Las denuncias con la etiqueta #metoo han generado un movimiento de denuncia de un sistema patriarcal y machista que ahora se hace patente en el mundo del cine, pero que cabe pensar se extienda a muchos otros lugares. En general, una vez más, la gente pudiente mostrará ser probablemente no solo la que defrauda, sino la que acosa.

No, no niego que gente pobre y poco conocida cometa delitos y faltas, pero no es casual que la gente encumbrada en esta sociedad tan defensora de las tradiciones (como mantener el yugo uncido en las mujeres) sea de nuevo expuesta: ricos, famosos y machistas. Aunque posiblemente esto no vaya tampoco muy lejos: se irá dando la vuelta a la denuncia contra el abuso institucionalizado de la mitad de la población (un poco más) del planeta para acabar igual que antes. Porque cambiar las cosas exige algo más que movimientos en las redes sociales. ¿Les hace una revolución? A mí también.