¿Qué extraña atracción puede tener la Luna que incluso cuando no le sucede nada que se pueda ver, como este próximo plenilunio del día 31 de enero, se convierte en noticia destacada? Amarillismo con connivencia de grandes observatorios y agencias espaciales, además de casi todos los medios de comunicación, que glosan las supuestas excelencias de la superluna. Desde hace 15 años venimos avisando de que no existe nada que podamos llamar de forma correcta como superluna, porque un pequeño cambio inapreciable a simple vista no merece el superlativo. Pero ahí está. Y para colmo, como es la segunda luna llena del mes hay que echar mano de las supersticiones medievales para decir que ese día se produce una luna azul, a pesar de que no se vaya a ver azul ni tales carneros. ¿Quieren más? Ese día, durante unas horas, la Luna paseará por la sombra de la Tierra y desde otras longitudes (no las nuestras) se podrá ver una luna de sangre. Otro término exagerado que no tiene mucha antigüedad: antes solíamos comentar simplemente que debido a que durante el eclipse nuestro satélite no recibe la luz solar queda iluminado por la luz difundida por nuestra atmósfera, una luz rojiza que antes, a lo más, decíamos cobriza. Pero la sangre llena titulares, y lo superlativo también, y si juntamos todo en una superluna de sangre azul ya tenemos los titulares perfectos.

Mi reflexión es, como siempre, perplejidad. Con lo que tenemos de maravilloso y de terrible en el mundo de verdad, tenemos que perder tiempo explicando que pasado mañana no verán nada que no sea lo habitual que sucede cada mes, esa Luna que nos va a acompañar durante toda la noche. Si es que tenemos ganas y las nubes no nos la esconden. No será enorme, no será ni roja ni azul, ni tendrá nada. Salvo la injusta dedicación de titulares falsos y exagerados.