La frescura de Amaia
En otra vida me encantaría tener voz para cantar y talento para hacer música, porque en expresarse con todo lo alto y ancho de tus pulmones, tu corazón y tu alma veo un placer inmenso. Seas Sarah Vaughan, Eddie Vedder, Rufus Wainwright o Camarón. Son las cinco y media de la mañana y acabo de escuchar a Amaia interpretando Shake it out de Florence Welch para ponerme a escribir esta columna. Antes de mí 4,3 millones de personas han hecho play en este vídeo. Con esa actuación fue trending topic mundial en Twitter. Es una brutalidad. Así funcionan los fenómenos virales por motivos de lo más diverso y peregrino, sólo uno de ellos es la calidad de la materia prima. No sigo OT, pero en este micro repaso audiovisual de madrugada me ha bastado verla actuando, hablando con sus padres como la niña que aún es y agradeciendo a su hermano todo lo que le ha enseñado para entender que en Amaia hay talento, honestidad, humildad y frescura. Hay verdad, eso que ocurre cuando conectamos lo que somos, sentimos y vivimos con lo que hacemos. Resulta complejo que un artista posadolescente lo consiga, a la mayoría los devoran el marketing y el postureo. Hay chavales que entran en los mil y un talent shows que se han fabricado y se fabricarán con tal grado de conocimiento de lo que se espera de ellos, lo que genera picos de audiencia y lo que se va a viralizar en las redes que esperar naturalidad y sinceridad es pedir que se acabe el hambre en el mundo. Detrás de OT hay una maquinaria profesional tan bien engrasada y tan ajustada al formato televisivo que genera entretenimiento partiendo del material humano que te cenarás lo que te cocinen. Lo que hacen, lo hacen muy bien. Lo sé porque trabajé en las primeras ediciones del programa. Por eso, encontrar en Amaia esa verdad 17 años después es mucho. ¡Suerte, pamplonica!