A propósito de las dentelladas y esputos ponzoñosos que se lanzan unos a otros los encausados e investigados en las tramas Gürtel y Púnica (que son como la pasarela Cibeles de la corrupción), recuerdo una vez más con una sonrisa la vieja y entrañable sentencia de Mencken: “La alegría de verlos derrumbarse compensa y diluye la pena de verlos trepar”. Leí esa frase por primera vez hace 25 años, cuando se publicó en castellano su Prontuario de la estupidez humana y desde entonces no he dejado de citarla en las columnas: no han escaseado las ocasiones. Quizá discrepo un poco (ya que no creo que en el fondo compense), pero alegrar, alegra, eso sí. Mencken escribió sobre todo en periódicos. Tenía la lengua ágil de los auténticos periodistas y utilizaba el lenguaje de la calle. También escribió cosas como: “Cada vez que oiga decir a alguien que ama a su patria, tómelo como un síntoma de que espera que le paguen por ello”. O: “Mostradme un puritano y os mostraré un hijo de perra”, que nunca dejan de tener actualidad. El espectáculo de Granados en la Púnica, como hace poco el de Costa en la Gürtel, implicando a Camps, Aguirre y Cifuentes es de risotada fácil. Y las indignadas y sobreactuadas reacciones y respuestas de los líderes son más propias del teatro barroco. No se dice nada que no sepamos y se juega con las medias verdades y los dobles sentidos, pero se les nota la desazón, la inquietud, la bilis y la rabia en que se anegan. Y uno no puede menos que sonreír. De todas formas, la vida sigue, al margen de toda esta mierda. Hoy es san Valentín y ademas es Miércoles de Ceniza. Lo de san Valentín no me dice mucho. Los corazones rosas no son lo mío. Y los miércoles de ceniza sencillamente no me interesan. Por fortuna, también es el cumpleaños de la Limone, así que a media tarde subiré a verla un rato para tomar algunas cervecitas y echar unas risas con sus extraños amigos.
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