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Valores

Al escuchar que el partido en el gobierno quiere impulsar el aprendizaje de valores militares en las aulas pensé que como se cargaron la Educación para la Ciudadanía quedó un hueco y los vacíos tienden a llenarse aunque sea dato conocido que hay más personas ciudadanas que personas militares. Así de simplista y demagógico me sale el párrafo. Después, recordé un par de frases leídas en la pared de un convento cuyo enunciado guardé en mi corazón por si un día me daba por estampar camisetas. Sintetizaban el asunto de la obediencia al mando. A la superiora, pero como símil valen. Dos máximas sencillas que condensan sin nombrar jerarquía, uniformidad, acatamiento, hermetismo y códigos autónomos. Una, Todo es sospechoso fuera de la obediencia, todo está seguro dentro de la obediencia. Y tanto. Si obedezco no soy responsable, otro acierta o se equivoca, yo, pobrica de mí, soy una mandada, eso sí, una mandada que flota en un caldo primigenio e impregnador de valores, una tranquilidad fetal y acrítica, casi nirvanesca. Y dos, Aquí no se dice jamás ni pero ni por qué ni cómo. Justamente lo que le dijo Newton a Einstein. O parecido. El caso es que las mismas y potenciales criaturas destinatarias van a recibir reiteradas alocuciones instándoles a pensar, a argumentar, a sacar conclusiones, a dudar, a planteárselo todo, a usar la creatividad, a no dar nada por supuesto, a tener iniciativa, a valorar la diferencia, a emprender (aquí toca sonreír), incluso a aprender del error? vaya, otro tipo de valores.

De puro seria que es la cuestión hay que dar paso al humor. ¿Por qué no llevar a las aulas los valores fontaneros, notariales, merceros, piscifactores o malabaristas, que los hay?

Pobres criaturas. Más vale que la mitad del tiempo andan a lo suyo.