Impuesto revolucionario
Debe ser frustrante de narices intentar ejercer de experto gurú de lo económico y que la realidad te desmienta cada semana. Duro, muy duro, profetizar mes tras mes las siete plagas de Egipto y los cuatro jinetes del Apocalipsis, y que no ocurra absolutamente nada. Donde Julio Pomés afirma que no hay más que llanto y rechinar de dientes, ruina y desolación, las villavesas funcionan y los colegios abren a su hora. En ese valle de lágrimas que el susodicho describe los turnos se suceden en Landaben, los jubilados invaden el camino del Arga y los poteadores colapsan la Estafeta los días de juevintxo. Anunció que CON Uxue Barkos Navarra retrocedería a la Edad de Piedra, y los índices de bienestar se elevan, la administración aumenta sus recursos, se crean empresas, el paro decrece, la sanidad mejora y las coberturas sociales se aseguran a un nivel bastante superior a los de la mayoría de las comunidades vecinas. Evidentemente, esto no es el paraíso, pero dista bastante del infierno que viene anunciándonos, entre otros, ese neoliberal de bandurria, economista de barra de bar, cruce entre Milton Friedman y la hermana opusiana del señor Tomás, que es Julio Pomés Ruiz, presidente del lobby Civismo. No ha dado ni una en todas las calamidades que ha venido anunciando desde que UPN salió por piernas de Diputación, pero no se resigna. Ya lo dijo otro antes que él: “Si los datos no dicen lo que yo quiero es que los datos no me sirven”. Las tabaqueras americanas financiaban objetivísimos estudios que siempre acababan concluyendo que fumar no era tan malo. Ahora, el incansable Pomés ha exigido su particular impuesto revolucionario a los empresarios de la Comunidad para que financien el estudio que diga las cosas que él quiera. Contra toda estadística, el nuevo héroe del navarrismo, Julio Pomés, en busca del dato perdido. Una aventura apasionante.