noticia: la charla que se había programado en Tafalla promocionando la paranoia de que nos fumigan desde el cielo se ha suspendido. Bien por las personas responsables; rectificar es la actitud correcta cuando se ha cometido un error. Que luego quienes hemos hecho la incómoda labor de denunciarlo quedemos como gente poco complaciente o incómoda es parte de lo que a uno le toca cuando decide apostar por la razón y la ciencia. Así que no me quejo: pasará más veces, como ha sucedido antes. Esta semana en que nos quedamos sin Stephen Hawking he tenido la suerte de hablar con mucha gente joven que se dedica a contar la ciencia, vivirla, transmitirla y hasta inventarla. Fue en Sevilla, en un congreso que se llama Ciencia en Redes y que lleva unos cuantos años organizando la Asociación Española para la Comunicación Científica. Hemos constatado que charlatanerías y montajes anticientíficos siguen colándose en instituciones públicas, pero que se empieza a entender la ciencia como parte del menú cultural y social. Cuanto más inclusiva es, mejor. Podemos hacer partícipe a la ciudadanía de la ciencia convirtiéndola en algo accesible, comprensible y donde podemos aportar también nuestro conocimiento o nuestra opinión. Así se consigue que la gente apueste por la razón, por la cosa crítica, por cambiar el mundo. Con las mujeres, que reclaman su espacio, nuestro espacio, para poder hacer ciencia y para poder compartir con todo el mundo una labor con la que siempre estuvieron comprometidas. Por más que los odiadores profesionales vean su círculo exclusivo amenazado. Lo mismo al hablar de minorías sociales, de discapacidades, de sexualidad: los estudios demuestran que cuando hay referentes diferentes, cuando el ambiente es inclusivo, la sociedad es mejor y la ciencia también. A ello, entonces. Merece la pena.
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