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Cambio

Si hay una época en el año que nos muestre con claridad el paso del tiempo en Pamplona y el liberador vuelco de sus usos y costumbres es esta semana que hoy finaliza.

Aquellos en la cuarentena, y de ahí para arriba, pueden recordar sin problemas sus veranos de piscina, río, pueblo o playa y, con sus muchas salvedades, constatar que no se diferencian en tanto de las vacaciones estivales de ahora. Lo mismo podemos decir de las festividades de Navidad: cenas y comidas con la familia, regalos y calles con luces. Mañanas de compras, frío y muchos días sin colegio de aquí para allá. Vamos, como en la actualidad.

Pero las semanas santas de nuestra infancia son radicalmente distintas a las actuales. Los chavales de ahora no pueden creer que, hace unos cuantos años, los bares, cafeterías y cines se cerraban en estos días, la televisión sólo emitía procesiones y música militar y no había otra cosa que hacer en esta triste ciudad que visitar iglesias. A muchos le gustaban las torrijas o ver pasar a los mozorros, esperando distinguir a un ser querido por los zapatos que portaba, pero ahora sólo recuerdo un gran divertimento: patinar por la calle Zapatería impregnada de cera tras el paso de la procesión, a la espera de no ser el primo que se daba un guantazo contra la calzada. Eran otros tiempos.