Lo que te alimenta te está matando. Perseguirlo va a terminar contigo, tus vísceras lo saben, pero no puedes dejar de correr en sentido contrario a ti. ¿Te suena? En abril leí que el dj Avicii se había suicidado en Omán. ¿Excesos? ¿Qué no es excesivo cuando te conviertes en Dios? Avicii. True Stories. Anoche vi el documental y conocí a un buen chico tímido y nervioso que se escondía bajo una visera, exultante con lo que hacía, trabajador, insanamente perfeccionista. Tan enganchado a la música que olvidaba comer, cenar y dormir cuando componía y que antes de tener que afeitarse descubrió que podía incendiar estadios y levantar oleajes de entusiasmo entre láseres y columnas de humo. Con 20 años disparaba la adrenalina de 30.000 personas con el gesto de dos dedos y hacía que multitudes neoyorkinas, coreanas, japonesas, baleares o mexicanas se tatuaran las dos primeras letras de su logo en cualquier parte del cuerpo. Descubrió que un gesto suyo servía para sanarles. Ya no era Tim Bergling, era Dios. Un dios humilde. 813 actuaciones. Una cada tres días durante ocho años. 813 fiestas. No paró de volar y girar y componer y pinchar. Y beber. Él contaba que empezó a tomar un par de copas antes de cada sesión para controlar el estrés y la ansiedad que le devoraban. Se destrozó el páncreas, le extirparon vesícula y apéndice. Aguantó y cumplió con su agenda. Paró, hizo terapia, conoció en su carne la psiquiatría, leyó a Carl Jung y le sirvió. Dios se hizo hombre. Le reclamaban y volvió. Discernió qué no quería, en 2016 dio su último concierto. Ushuaïa, Ibiza. Se detuvo. Eligió la vida. El documental anticipa oscuridad pero cierra luminoso, con Tim disfrutando como un niño, libre de presiones. Entre árboles suecos y silenciosos este domingo los Bergling enterraron a su hijo. La fragilidad del equilibrista.
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