¿De qué te quejas? Te están facilitando las cosas. ¿Qué necesitas cuando escapas de tu país y te juegas la vida para entrar en otro? Fuerza, resistencia, serenidad. Suerte y una política migratoria aceptable. Los segundos factores no dependen de ti, y para los primeros es preferible no llevar cargas. Tú eres tu cuerpo y tu mente, ya es un reto lidiar con ambos cuando atraviesas el desierto. Es mejor que a tu niña ni siquiera la conozca el coyote que te ha acercado a la frontera en su asquerosa furgoneta. Ya sabes que haber dilapidado con él los 7.000 dólares que no tenías para pagarle diez horas de carretera no es garantía de nada. Estos tipos no tienen escrúpulos, ni contigo ni con tu hija. Además, llevar un niño siempre trae complicaciones. Tú puedes aguantar un par de días sin comer y bebiendo lo indispensable. A él tienes que mantenerlo hidratado y alimentado, asegurarte de que no le picarán esos alacranes pequeños que están por todas partes, de que no le dará un golpe de calor en ese maldito desierto de Arizona donde no hay una mala sombra y las de los cactus y las gobernadoras son demasiado pequeñas para cobijaros a los dos. Y si sobrevives a ese infierno, si no te pillan, no te pierdes, encuentras la ruta y consigues entrar, ¿qué vas a hacer con él? ¿Te lo vas a llevar a mendigar un trabajo? Cuando esa mujer que parece de fiar te diga que sí, que puedes ir a limpiar su casa los martes y los viernes, pero que allí no le metas a nadie, ¿con quién lo vas a dejar? Aquella prima de tu madre vive 3.200 kilómetros al norte de Tucson. Y ni siquiera sabes si aún vive. Es mejor que se lo lleven a uno de esos albergues al sur de Texas. Allí estará con centenares de niños como él, le darán de comer y de beber. Pero claro? además de tu cuerpo y tu mente, tú eres tu corazón y tu alma. Tú eres tu hijo. Y si estás haciendo todo esto, es por él. Y quieres hacerlo con él.