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Mujeres de Nobel

cada año en la primera semana de octubre cumplo la tradición (soy así de raro) de seguir en directo la concesión de los premios Nobel, para ser de los primeros en conocer los nombres de los galardonados y la razón por la que lo han sido. No es fácil predecirlo y hasta el big data ha sido por el momento incapaz de realizar buenos pronósticos, aunque a veces hay algunos que son cantados, como el del año pasado a los responsables de la detección de las ondas gravitacionales. A veces se reconoce un adelanto teórico, algo que pasa especialmente en la categoría de física y un poco menos en la de química, mientras que otros años los temas apuntan directamente a esa ciencia que nos cambia el mundo. Este año los comités se han decantado más por la segunda opción, y así esta semana han premiado la inmunoterapia contra el cáncer, técnicas de luz láser que permiten cirugías más eficientes o estrategias para diseñar biocombustibles o medicamentos basadas en lo que la evolución hace de forma natural. Y cada día reconociendo la labor de varias personas, porque la ciencia es cada vez más necesariamente una labor de equipo.

Y, por fin, este año, han vuelto a existir las científicas. Es posiblemente una noticia lateral al contenido, pero no menos importante que la relevancia de las investigaciones premiadas. El que sólo hubieran sido galardonadas dos mujeres en física y cuatro en química en más de un siglo (en total 5, porque Marie Curie recibió los dos premios) era más que absurdo, una vergüenza. Ahora que se comienza a normalizar algo que tenía que haber sido siempre así, hay voces, trasnochadas por muy científicos que sean, que se duelen de presuntos cupos para asegurar la paridad, como si lo oprobioso no hubiera sido el apartheid practicado en cien años. Así son las cosas de los machistas, aunque sean físicos teóricos.