Días antes de cumplir 16 años, un chaval se presentó con su entrada en una discoteca navarra, loco de contento por escuchar al fin a un grupo que le encanta, cuando el portero le hizo ver que aún no tenía la edad mínima requerida. No se lo pensó dos veces y rompió a correr hacia dentro, con tan buena suerte que el gigantón de la puerta no le siguió.

Es sólo una anécdota, pero en esta comunidad, a diferencia de otras, los menores de 16 tienen prohibido acceder, aunque vayan con sus padres o tutores, a los conciertos organizados en salas de fiestas y discotecas, mientras no hay problema alguno en que críos más pequeños se planten en una plaza de toros, por ejemplo, a ver a sus ídolos. Es un sinsentido que esta semana han mostrado ante la Cámara foral representantes de varias salas, para quienes estos chicos -siempre acompañados, identificados y obligados a salir del recinto una vez termine el concierto- debieran tener la posibilidad de disfrutar de este tipo de eventos.

Es claro que nuestra realidad social es muy diferente a la de 1989, año en que se aprobó la norma, y si bien la música ha sido y es para muchos un descubrimiento de adolescencia, también es verdad que ésta se difunde y consume ahora desde locales muy distintos a los que nosotros conocimos hace ya algún tiempo.