Con la mordaza a vueltas
estaba cantado que llegara quien llegara al gobierno se iba a aprovechar de la ley Mordaza promulgada por el PP y que fue la marca de fábrica de su manera de entender las tareas de gobierno y la pluralidad ideológica. Esa ley es un regalo que beneficia a quien ostente el poder y quiera mantener ese orden social que no es otra cosa que el desorden (abuso de autoridad) más la fuerza. Daba igual que el partido ahora en el gobierno, cuando estaba en la oposición o haciendo campaña electoral, dijera que iba a derogar esa ley propia de un régimen policiaco: “Derogaremos la ley Mordaza nada más lleguemos al gobierno”, dijo Sánchez. Eso dicho al margen de que las promesas electorales dan con una facilidad asombrosa en agua de cerrajas, cuando no son patrañas descaradas, humo de charlatanes. No la han derogado y no creo que a este paso lo vayan a hacer por mucho que el presidente acabe de declarar en un alarde de triunfalismo: “Vamos a avanzar en derechos, derogando la ley Mordaza porque ninguna sociedad realmente libre persigue la libertad de expresión”. Concedamos que son buenas las intenciones, pero esa derogación no es tan fácil. Su necesario trámite legal está condenado al fracaso en la medida en que necesita de la aprobación por el Senado en manos todavía del PP.
Entre tanto nos enredan con martingalas y sofismas, y un ruido polémico ya muy descafeinado, como si nos hubiésemos acostumbrado con fatalismo al recorte de derechos y libertades. Dudo mucho que sea la avalancha migratoria o el terrorismo internacional lo que les preocupa. Más bien me inclino a pensar que ahora mismo a quien gobierna o aspira a hacerlo, lo que le interesa es tener a la ciudadanía díscola en un puño, dominada y sometida, y recortar en lo posible todo lo que huela a disidencia y a su expresión más radical. Se impone el imperio del multazo que atemoriza y silencia.
Puedo equivocarme, lo admito, pero barrunto que esa ley represiva, de clara inspiración ideológica, está en el aire de nuestro tiempo y no solo dentro de nuestras fronteras. La libertad de expresión está algo más que amenazada. La censura y sobre todo la autocensura se va imponiendo sin que suscite un mayoritario y firme rechazo social, al revés. Dependiendo de con qué partido o ideología estés, los palos, las multas, los procesos abusivos cosechan más aplausos que rechazos. Esta es una situación que solo niegan quienes apoyan con descaro la represión ideológica del disidente y a los que les resulta indiferente la inseguridad jurídica cuya mejor prueba son los expedientes administrativos sancionadores instaurados por la ley Mordaza. Con ellos la indefensión del ciudadano frente a los abusos de autoridad está servida por mucha ley que pueda en teoría apoyarle. No es fácil defenderse de la arbitrariedad que el entramado administrativo ampara. Es como si el tiempo de las libertades y su defensa hubiese quedado obsoleto y pasado de moda, al igual que los derechos sociales que el anterior gobierno resquebrajó de manera seria. Lo cierto es que el tiempo es otro y pinta sombrío, por mucho que se le eche entusiasmo mediático o se quiera minimizar el avance imparable de la ultraderecha. Resulta más urgente discutir acerca de qué nombre darle al tumulto filo fascista, en la calle o en las urnas, que admitirlo y enfrentarlo. Grotesco.
También está en el aire del tiempo el asalto callejero y patriótico de un lumpen que hasta ayer era cosa de excluidos sociales, y que hoy se extiende de manera imparable y amenaza los resultados electorales. Un fascismo o un autoritarismo de nuevo cuño y mañas viejas que beneficia a quienes de verdad ostentan el poder más allá de las urnas, los partidos y las representaciones parlamentarias. Curiosamente, la ley Mordaza, la de Memoria Histórica y el Código Penal no van con ellos. La permisividad gubernamental con los alardes filo fascistas resulta llamativa, y repulsiva su banalización mediática. Nada es para tanto mientras convenga a tus intereses políticos o no amenace de manera frontal tu seguridad y bienestar. Mientras el dañado sea otro, todo va sobre ruedas.