josé Manuel Villarejo. Edad, 67 años. Aparte de expolicía y exespía (o algo así), ha disfrutado de años de excedencia en los que se ha forrado con negocios diversos, dejémoslo en turbios. Desde hace algo menos de un año, está en prisión provisional sin fianza: preso por una causa e investigado e imputado por otras muchas. Es un personaje para un novelón de género negro español. Como él mismo dice, la gente es muy simple. Les pones una pequeña trampa y todos caen: también los que se creen muy listos o muy duros. Las pequeñas trampas funcionan siempre porque tienen que ver con la miseria humana: les invitas a beber, les hablas con cariño haciéndoles creer que les aprecias de verdad, les ayudas a relajarse en tu casa de lenocinio y todos se desnudan como pequeñas bestezuelas patéticas anhelantes de amor y de consuelo. Lo cuentan todo con una sonrisa y se sienten bien. No tienes más que grabar sus palabras, pero eso cada día es más fácil. Al parecer, Villarejo (eso dicen) posee vagones de tren llenos de cintas comprometedoras con mierda de todo el mundo. Varios presidentes de gobierno le han protegido: yo supongo que lo hacían por el bien común. ¿Te imaginas que se publicara toda esa mierda seca? Por una parte, me gustaría. Pero por otra, pensándolo bien, creo que solo aportaría malestar y crispación. Y por supuesto, pestilencia. El poder siempre se sirve de gente así porque todo poder tiene raíces venenosas. “Alguien tiene que hacerlo”, dicen refiriéndose al trabajo sucio. Y siempre hay gente dispuesta a ello. Este es uno. Hasta me extraña que siga en la cárcel. Lo malo, al final, es que se está imponiendo el estilo Villarejo en la vida pública: la investigación privada del adversario político, la grabación, el espionaje, el dossier oculto, la extorsión, la amenaza. Ayer cayó Cospedal. Ya nos hemos olvidado de ella. A ver quién es el siguiente. Muchos estarán temblando como flanes.
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