Veo un documental en el que una chica de veinte años dice tranquilamente ante el micrófono de la entrevistadora que ella es franquista y grita viva Franco como si fuera algo gracioso, para que se rían sus amigos. Veo una manifestación de franquistas, una gente que mete miedo, con sus símbolos, desfilando por la calle, gritando sus consignas y sus canciones de guerra, efectuando el saludo fascista ante los policías y las cámaras, en una atmósfera de prepotencia y permisividad que me deja helado. Veo la connivencia con que se toleran cada vez más actos de exaltación falangista y franquista en el Valle de los Caídos y pienso que ya está aquí una vez más (porque lo han invocado, porque lo están azuzando) el inveterado y cerril guerracivilismo español atufando los cerebros de otra generación. España es guerracivilista por naturaleza. No lo puede evitar. Tiene el gen. Ya lo decía Machado. En cuanto la derecha pierde el poder, el gen se activa. Se enerva. Y empieza el alboroto. Y aquí hay que tener mucho cuidado con el alboroto, ya conocen la canción. A mí, de todas formas, lo que me deprime y me asusta de verdad es observar la condescendencia y la pachorra con que fiscales y jueces tienden a disculpar este tipo de actos y manifestaciones de estética militarista fascistoide, cuando, por otro lado están condenando con asombrosa diligencia a titiriteros y cantantes por supuestas apologías del terrorismo. Últimamente se oye hablar mucho de la separación de poderes y de la independencia de la justicia. ¿Alguien se lo cree? Miren a Ignacio Cosidó, portavoz del PP en el senado, alardeando públicamente, sin estúpidos disimulos, de los repartos y cambalaches de jueces que ha negociado con el PSOE y de los bien parado que ha salido el PP en las salas interesantes del Supremo. Otra obscenidad que permanecerá impune, como bien sabemos.
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