Ahí va ese bólido
La familia Scrovegni, de Padua, nadaba en dinero. No es que tuviera prestigio, pero sí todos los dones a los que se accede con el poderoso caballero. El patriarca, Reginaldo, pasó a la literatura universal, en uno de los cantos de la Divina Comedia de Dante, castigado eternamente con una lluvia de fuego en el séptimo círculo del infierno. No era cosa, y por eso su hijo Enrico decidió dedicarle una capilla y acercarle algo más a otra gloria. Esa capilla fue decorada en 1303 de manera revolucionaria en las artes plásticas. Fue Giotto di Bondone quien acometió un ciclo de la vida de María y la de Jesús impresionante en las paredes de esa iglesia que, afortunadamente, aún pueden visitarse, no más de veinte personas cada vez y tras acceder en condiciones reguladas de presión y temperatura que permitan que los frescos no se sigan deteriorando, tras más de 700 años allí.
En el fresco de la adoración de los reyes, Giotto colocó un cometa que había visto en el cielo en 1301 del que varios siglos después un tal Halley calculó su órbita y le dio el nombre. Desde entonces, en muchos belenes se pone una estrella con cola, un cometa. Aunque podría ser un bólido, quién sabe, como el que surcó los cielos del norte de España el pasado sábado por la noche. Los científicos necesitan los datos de este fenómeno, registros de quienes lo vieron o lo oyeron, porque gracias a esto la ciencia avanza, y se podrán calcular mejor su trayectoria y hasta, llegado el caso, poder recuperar ese trocito de cielo que cae como pedrea. Muy navideño todo: tenemos la estrella, la lotería, el belén y su estrella, lo improbable y, sería precioso, también la ciencia, poder conocer con la ayuda de la gente, un poquito de materia del Sistema Solar, de esa que formó nuestro planeta hace miles de millones de años.