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Águila nadadora

Era difícil superar aquella paradoja, Evaristo cantando que odia a los partidos, fuego a las banderas, en un mitin patriótico, y ciertos candidatos berreando sin complejos cada lema. Por eso hemos necesitado a todo un Nobel de Literatura para alcanzar tal cumbre y mejorarla. Mario Vargas Llosa es capaz de afirmar que el nacionalismo es una ideología xenófoba, totalitaria y venenosa, hacerlo en mitad de un océano rojigualdo, ante una audiencia, según sus propias palabras, tóxica, liberticida y racista, y ser ovacionado. Habrá que ponerle subtítulos como a Roma, pues tal vez el acento de Arequipa no se entienda.

Rechazada la tribu, aboga por la comunidad de ciudadanos libres e iguales, por el respeto a la ley, deseo tan hermoso como extraño cuando, según Hacienda, nos debe más de dos millones de euros. Quizás por eso recibió el Premio Sociedad Civil. Claro que también arremetió contra la civilización del espectáculo y la banalización de la cultura mientras que posaba en Hola, ese boletín filológico, junto a Isabel Preysler. En fin, este es un mondo difficile, existe el león marino y yo escucho a Janis Joplin y Daddy Yankee. Y, ya de paso, quiero ser así de libre e igual, y hasta sociable y cívico, si me dejan declararme abstemio con un chupito en la mano.

Le bastaba añadir que el nacionalismo, como su marca blanca, el patriotismo, puede ser bueno o malo, depende del uso. Sucede algo parecido con el liberalismo, el socialismo, el romanticismo o el onanismo, que en dosis sensatas no matan y, elevados a obsesión, incluso inducen al suicidio. Lástima que esa obviedad no sirva para que te nombren Bodeguero Mayor del Reyno.