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Sálvese quien pueda

Estamos en una tienda y entra una pareja con una silleta. La niña de la silleta todavía no habla, tiene menos de dos años. Empieza a protestar con bastante ruido hasta que su madre opta por darle el móvil y entonces se calla en el acto. Es magia, la cría se abisma en la pantalla y empieza a mover el dedo a toda velocidad con ojos de zombi. Literal. Últimamente he visto esta escena varias veces y cada vez que la veo, se estremece el viejo pedagogo que hay en mí. Creo que es preciso pensar esto, lo digo en serio. O pronto será tarde. Acabo de leer que los ingenieros informáticos de Silicon Valley, los gurús digitales, los que diseñan las últimas aplicaciones y nos venden la tecnología más fascinante y avanzada, alejan a sus hijos pequeños de todo tipo de pantallas como de la peste. Escucha: los educan en escuelas en las que no entra un ordenador ni un smartphone hasta la Secundaria. Prohibido. Han vuelto a usar las pizarras con tiza, han vuelto a los lapiceros y a la goma de borrar. De repente, mira tú, las pizarras y los lapiceros constituyen un lujo solo al alcance de una élite de millonarios. Vamos a ver, las pantallas son ya inevitables, eso no tiene vuelta atrás. Cada vez mejores pantallas, más delgadas, más rápidas, incluso flexibles y todo lo que quieras. Nos van a cambiar la vida (y puede que nos la jodan), eso es inevitable. Pero cuidado con los cerebros de los muy pequeños, no seáis burros. Las pantallas son brillantes, todo va muy rápido, nos fascinan. Pero ojo, también nos anonadan, nos ensimisman, nos enmudecen. Creemos que favorecen la comunicación entre las personas y yo estoy convencido de que la están jodiendo mucho. Piénsalo. ¿Crees que podrías vivir hoy en día sin tu móvil? Casi el cien por cien de la gente responde que no a esa pregunta. Pero también cada vez más gente empieza a reconocer en voz alta que se siente abducida por él. Sálvese quien pueda.