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Dios

Aunque solo sea para huir de la campaña publicitaria y aprovechando que estamos en Semana Santa voy a dedicarle la columna a Dios. Conocí a Dios de pequeño, entonces era otra cosa. Aquella era una sociedad muy homogénea, no tenía nada que ver con esta. Todo el mundo estaba cortado por el mismo patrón: la misma ropa, la misma moral católica, las mismas emociones poco sofisticadas. En mi memoria lo veo en blanco y negro. Y Dios siempre en medio. Al tanto de todo. Pocas bromas con Dios: me refiero a aquel. Ahora Dios ha cambiado. Ahora dice que no existe el infierno. Desde luego, ya no es el que era. La sociedad cambia y Dios también. Dios siempre ha sido cambiante y discreto. Quizá demasiado. Quizá hasta algo taimado. ¿Por qué le gustará tanto ocultarse? Ni idea. Pero siempre he fantaseado con la posibilidad de que algún día nos diera la sorpresa saliendo de su escondite. ¡Holaaa! Verle ahí de repente, sobre el cielo de París, por ejemplo. Y oírle decir: “De acuerdo, pequeños miserables, seres sucios y ruines, ya está bien, dejad de pelear por mí, aquí me tenéis, esto es lo que hay: basta ya de dudas y engaños”. Solucionaría algunos problemas, desde luego. De hecho, me molesta que no lo haga. Me gustaría preguntarle a qué partido hay que votar. A veces resulta increíble escuchar los motivos que suelen manifestar algunos para votar a un partido en vez de a otro. Afortunadamente, la mayoría prefiere no decirlos. Aquí, el voto de Dios ha sido siempre para el PP, pero ahora eso ya no está tan claro, ¿no? En fin, hay dudas. Luego está el misterio de la presencia del mal en el mundo. Me gustaría también preguntarle por ese asunto inescrutable. Permitir que se queme Notre Dame, por ejemplo. Eso, ¿por qué? ¿por nada? Está claro que quiere que dudemos de Él, que nos preguntemos por sus intenciones y nos peleemos en su nombre. Pero, ¿qué coño sacará en claro con todo eso?