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Los cubos periódicos

en la plaza del Baluarte hay una tabla periódica que pesa más de 35 toneladas. Tiene los 118 elementos conocidos, desde el Hidrógeno que nació en los primeros minutos de vida del Universo hasta el Oganesón, un elemento sintético que conocemos desde hace menos de veinte años. Uno se puede sentar en cualquiera de los elementos, recordar cuando nos tocaba aprenderla de memoria (en mis tiempos la tabla acababa en el Laurencio, que aún no tenía nombre asignado) y reflexionar sobre cómo todo lo que conocemos, respiramos, bebemos o comemos usa en mayor o menor parte un puñado de esos elementos que vemos ordenados tal y como lo planteó hace siglo y medio el químico ruso Mendeléyev.

Es más habitual encontrar en los espacios públicos propuestas artísticas en forma de esculturas que conmemoran sucesos o recuerdan a personajes, también reflexiones del proceso artístico que en la ciudad no solamente realzan el lugar, porque también son un trocito de cultura y de conocimiento. Me encanta que se vayan añadiendo también propuestas en las que la reivindicación cultural tiene también un sentido científico, grandes obras del conocimiento, a menudo colectivas, que además se conviertan en recordatorios de cómo el mundo avanza.

La semana pasada tuvimos ciencia en bares y ahora también en la calle y espero sigamos captando más sitios. El sábado se llenaba la sala de cámara de Baluarte con mujeres y hombres de ciencia en el escenario, presentando investigaciones que se hacen aquí mismo, en las universidades y los centros de investigación de nuestra tierra. Hubo también poesía, música, magia y humor, que no solemos asociar a la ciencia habitualmente. Quizá estos cubos periódicos que ahora tenemos en medio de la ciudad sirvan para que estas anomalías se conviertan en una ruta habitual, llena de ciencia.