“Qué pelmicas son los del PSN con la transparencia y que tengamos que saber en primera plana qué casa tiene tal y qué tasación le dan y si tiene dos acciones de cual empresa, un crédito, un coche de 1917 y un perro. Sinceramente, eso alimenta el lado portera que todos tenemos, pero no sirve para hacer hostias, como no servirá saber eso que quieren ahora que se haga público: el patrimonio de los parlamentarios. Oigan, que no es eso, que fantástico que haya quien controle eso, un ente capacitado, independiente, justo y duro, pero a mí no me hace ninguna falta saber qué dinero hay en la cuenta corriente de la gente, porque también está el hecho de que igual uno tiene 100.000 y otra 1.000 y culpamos al de 100.000 y resulta que la de 1.000 se ha metido los 99.000 que el otro sí ahorró en el hígado, o en el vestidor, o en viajes o se lo ha dado a su hermana. Coño, que eso no es transparencia, eso es poner las cosas en un escaparate”. Estas frases son el inicio de una columna aparecida en este periódico el 11 de enero de 2013 y escrita por mí. En enero de 2013, con UPN en el Gobierno y más de 2 años y medio de legislatura aún por delante. Pensaba eso entonces, lo pienso ahora y lo pensaré dentro de 20 años: no tenemos los ciudadanos ninguna necesidad de saber qué dinero tienen las personas que hemos elegido para gobernar o para estar en la oposición. No solo no tenemos necesidad, es que creo que no tendríamos que tener derecho. Tenemos derecho a que una entidad controle que su paso por la política no sirva para que ganen un solo euro de manera ilegal, pero a nada más. Ayer ya estaba la caspa mental y mediática y política pedorreando con en qué se gastará o dejará de gastar Barkos el dinero que gana como presidenta, como si fuese obligatorio vivir guardando el dinero en un calcetín. En serio, este asunto es un asunto a eliminar. Ya tenemos el Pronto en las peluquerías.