i el miércoles una película que narra los últimos días que pasa en Santo Tomé el exmilitante de ETA Alfonso Etxegarai y su pareja, Kristiane, antes de volver a Zuberoa. Salvo momentos concretos, Etxegarai no habla de su actividad terrorista entre 1978 y 1985, cuando fue detenido en Francia, deportado y torturado en Ecuador y finalmente deportado a Santo Tomé en 1986, una isla a la altura de Gabón. Caminho Longhe cuenta su vida en la isla y la de su mujer, que va y viene varias veces al año desde su caserío de Domintxaine, mientras Etxegarai trabaja en la isla africana. De sus palabras se recoge una crítica hacia su pasado, pero tampoco de una manera especialmente explícita, sino sucinta, que obliga a afinar el oído. No es lo importante, en todo caso, puesto que el documental pretende mostrar esas últimas horas en un país que ha sido su casa durante nada menos que 33 años. Es también, creo, una historia de amor. Una historia a su vez de derrotas, de renuncias, de vacíos, de tristezas. Yo personalmente salí de allí con una tristeza importante. Para no compartir ni una sola de las cosas que le llevaron a tener esa vida, incluso a detestarlas, e incluso para -si las confrontáramos ahora- posiblemente no estar de acuerdo en casi nada, la figura de Alfonso emite algo que es universal: ternura. La falta de hijos, el cariño que le muestra a un ahijado de pocos años que tiene en Santo Tomé, sus miedos a sentirse extranjero en su propia tierra, los miedos a echar de menos la que ha sido su vida desde los 28 años hasta los 61. Te ponen delante sin decírtelo el inmenso coste vital que ha tenido para muchos este inmenso error y obvio las comparaciones numéricas, porque todos las conocemos. El documental te permite sin ningún género de dudas meterte al menos bajo su piel, que no es poco. Ni siquiera hace falta comprender, sino conocer. Cuánto dolor inútil, cuánto tiempo perdido.