omo dice ahora la juventud cuando quieren expresar que algo está a punto de pasar, se viene. Pues se viene. Se viene y ya está viniendo el final de la tranquilidad y de la normalidad nocturna para miles y miles de personas que tanto en cascos urbanos más pequeños como en la propia Pamplona han disfrutado durante meses de la tranquilidad que daba saber que los ruidos a partir de determinadas horas iban a ser inexistentes. Para quien nunca ha vivido en zona cero o cercana o con bares debajo o en sitio de mero tránsito y retorno de farreros y farreras esto igual es visto como una simple exageración de quienes ya se nos ha pasado el arroz y no recordamos la bulla que metíamos, pero para quien sí que vive ahí esto es un incordio vital de mil pares de cojones y en muchos casos concretos un auténtico suplicio. De hecho, en redes sociales, son ya bastantes las personas que sin ningún temor -no hay por qué tenerlo- comentan que la tortura china ya ha comenzado y que, aunque saben que es una utopía y que así no se debe vivir, con el toque de queda vivían mejor. Y es cierto. Decir eso no significa que lo impondrías, ni mucho menos, pero la consecuencia de aquello es que la bulla de fin de semana no existía ni tampoco la de entre semana. Porque avisan los enviados y enviadas especiales a las zonas calientes de nuestro callejero de que al menos por ahora esta pandemia ha roto bastante la dinámica del calendario y que ya cualquier día es susceptible de ser perfecto para liarla parda y montar un buen cisco acústico. Vamos a ver por dónde tira la cosa, pero harían bien los distintos ayuntamientos en tomarse el descanso nocturno y la contaminación acústica como un problema de salud y confort públicos de primer nivel. No puede ser que se vuelva sin más ni más al Lejano Oeste en cuanto haya la mínima opción y las autoridades mirando al tendido. Implicación y defensa de todos.