irculan desde hace unos días unas imágenes increíbles de la cumbre del Manaslu (8.163 metros) tomadas con un dron a una altura de 8.200 metros. El dron gira y captura fotos de todos los ángulos posibles, mientras muestra cómo decenas de escaladores llegan a la preciosa arista final y solo 4 o 5 siguen hacia la cima real, mientras que el resto quedan unos 6 o 7 metros por debajo. La realidad es que quienes siguen hacia la cima verdadera no pueden hacerlo por la propia arista cimera, llena de peligro en forma de desprendimiento de la arista, y tienen que destrepar cara a la pared y luego girar subiendo a la derecha. Una maniobra muy arriesgada que no muchos escaladores de las decenas que llenan las expediciones comerciales son capaces de hacer. El asunto es que ahora queda meridiano que la cima del Manaslu es así y esa -hasta ahora solo la habíamos visto desde debajo de la zona somital o en fotos cimeras precarias- y que no se sabe cuántos de los cientos de escaladores que lo subieron en el pasado se quedaron en esa precima o continuaron hasta la cima real, claramente visible desde la precima. Este tema de las antecimas, precimas, zonas somitales o cimas reales afecta a varios ochomiles -Shisha, Makalu, Kangchenjunga, Cho Oyu, Dhaulagiri, Annapurna, Broad Peak, que recuerde- y desde hace unos años, con los medios técnicos que hay, es cada vez más sencillo para los alpinistas demostrar que efectivamente han estado en la cúspide. Tras las imágenes del dron, varios escaladores del pasado ya han manifestado su experiencia y algunos han confirmado que no llegaron a la cumbre real, separada como digo por apenas 30 metros en línea recta y 6 o 7 en vertical, de la última antecima. Lo que me surge de este embrollo es cuantas veces en la vida real no habremos dado por plenamente conseguido ante los demás y ante uno mismo asuntos y logros de los que nos hemos quedado cerca.