l no tener yo coche ni vehículo propulsado por combustible alguno no sé muy bien en qué queda el esfuerzo gubernamental -esto es, de nuestros impuestos- para ayudarme a mi y a otros millones en esta fase de la vida en la que los precios de los productos de primera necesidad suben a una velocidad endiablada como no se había visto desde el 85. Mis 20 céntimos por litro de combustible no me los aplican a 20 céntimos por litro de aceite o kilo de pollo o de azúcar o de arroz o de pasta así que celebro que quienes tienen vehículos se beneficien de la decisión gubernamental pero se me queda un poco cara de tonto con la situación. Ya, ya sé que el precio de los combustibles, de la energía en general, incide directamente sobre los precios posteriores que toman la mayoría de bienes del día a día que compramos, pero no me deja de resultar curioso que le vamos a subvencionar con unos 12 o 15 euros el depósito de gasolina al desahogado que hoy se va a coger el coche para irse a su segunda o tercera residencia a pasar el finde y en cambio a la señora que a sus 85 años cobra 435 de pensión de viudedad no le vamos a ayudar a que pueda comprar una mejor toma de lomo, que así le decía mi abuela al carnicero cuando iba a comprar: Metodio, ponme una toma buena, ¡eh! No sé, seguro que gobernar épocas como ésta, en la que todo se ha ido de madre de una manera entre irreal y programada -lo de combustibles y mercado energético viene de muy lejos, con los gobiernos a sus pies-, no tiene que ser sencillo, pero al consumidor -al menos me pasa a mí- siempre le da la sensación de que hay tipos de consumidor que nunca son objeto de ayudas por parte de los gobiernos, puesto que su cesta de la compra o su gasto mensual no incluye determinados bienes. Tampoco conozco ni pretendo hacer parecer que tengo una solución, me limito a plasmar que a veces te sientes olvidado en mitad de tanto carburante.