a se me había olvidado -tres años son muchos- lo extraordinariamente previsible pero a su vez divertida que resulta la puesta en escena de la votación para elegir el cartel de San Fermín. No me acordaba de los lugares comunes ("Todos los años los mismos", "Eso lo hacen mis hijas con unas plastidecores", "¿Eso es San Fermín o Fiestas de Galdakao, y los toros?"), de los expertos en diseño e ilustración ("El 1 y el 3 priman la conjunción abstracta de los elementos de la fiesta en detrimento de centrarse en un movimiento único, algo que 2 y 4 logran a la perfección, aunque posiblemente sean 6 y 7 los favoritos de la masa acrítica al ser los más clásicos, identificables, conservadores y, si me apuras, basura"), los reivindicativos ("hemos querido introducir la imagen de una mujer porque la mujer está siempre infrarrepresentada en ya no solo los carteles sino también en la propia fiesta y además que sea una mujer negra, como símbolo del cambio social y de que Pamplona es una ciudad abierta a todos todos los días del año") y los lastimeros ("No puedo comprender cómo este cartel que ahora os muestro no ha podido pasar la selección hasta los 10 finales, cuando le da mil vueltas a la mayoría de esos 10 y además, aunque no quiero extenderme más, quienes lo han hecho son gente de aquí y eso también..."). Y esto solo con la presentación de las 10 finalistas. Si presentas desde el inicio, allá por enero, las 601 obras que se inscribieron se produce un movimiento sísmico de 6 puntos solo con la suma de los murmullos generados. El caso es que la votación ya parece abierta y a este run run que se genera hasta el día 4 de mayo, último para votar, se le sumará el que surja de la decisión final del respetable, que por supuesto será o polémica, o denostada o si no ambas dos, especialmente por los expertos en diseño que, como todos los años, abogarán por volver al sistema de jurado.