En tan solo 14,5 kilómetros caben varias vueltas alrededor del mundo. Solo hace falta que subas a La 4, esa villavesa que, como una oruga cansada, te ahorrará la suscripción a cualquier revista de viajes. El otro día tuve que cogerla en Huarte. Conducía una chica joven y en la radio sonaba Kiss FM. Eran las siete de la mañana, esa hora en que las cosas empiezan a coger velocidad pero los músculos aún son incapaces de construir una sonrisa. La 4 iba lenta pero dentro el mundo se movía deprisa. Cada cual tenía un destino, quizás alguien moriría ese día o quizás encontraría al amor de su vida. En la calle Mayor de Burlada subieron dos mujeres árabes con hijab que se sentaron delante dos mujeres que hablaban ruso y que supuse trabajaban en un domicilio pues se bajaron en Pío XII. A la altura de Merindades subió mucha gente y empezamos a ir apretujados, como si viajáramos entre paréntesis. Subieron tres mujeres sudamericanas. Por lo que pude oír, dos trabajaban cuidando enfermos terminales en el Hospital, pero reían como si no hubiera un mañana. A mi lado se sentó un joven negro que parecía hundirse en las aguas de su tristeza. En sus ojos pude ver que una vida puede llegar a su fin en cualquier momento. Más adelante, en Navas de Tolosa, subieron muchos estudiantes como recién salidos de un anuncio de Benetton que se bajaron en el IES de Barañáin. También subieron tres hombres jóvenes y fornidos que me parecieron eslavos. Quizás iban “a la obra”. Ya en Pío XII empezaba a amanecer y se habían desdibujado las fronteras pues subieron, -esta vez sí acerté- tres enfermeras blancas que se bajaron en Hospitales.

La 4 se iba vaciando de vidas que habían sido cualquier cosa menos un camino trillado. La mañana avanzaba hacia ese instante en que la vida se te viene encima. Llegué a mi destino en Barañáin. Iba a hacer un curso sobre diversidad cultural. Pero lo pensé mejor y retomé La 4 camino de Huarte. Volví a hacer esos 14,5 kilómetros como si fuera un ruta migratoria.